En las comunidades en resistencia, el muralismo no es solo arte, es un vehículo de conciencia. Colectivos como Tlalmino y Ollin Indigente están llevando las voces del pueblo a los muros, plasmando identidades y causas en cada pincelada. 🌿 Un claro ejemplo de esta poderosa conexión es el mural en Amilcingo, Morelos, donde el rostro de Samir Flores se convierte en un símbolo de la resistencia, recordándonos que el arte tiene la capacidad de unir y empoderar. Cada obra no solo es un reflejo de la historia local, sino también una invitación a tejer una red de personas comprometidas con las luchas sociales.


Tlalmino, cuyo nombre proviene del náhuatl, refleja la esencia de los caminos que atraviesan estas comunidades. Su trabajo es un diagnóstico visual que respeta las tradiciones y lucha por preservar la identidad ancestral. Desde Oaxaca hasta Amilcingo, estos artistas pintan bajo el sol, la lluvia y la amenaza de quienes buscan silenciar sus voces. 🎨Para muchos de ellos, el muralismo es más que un acto artístico, es un compromiso político. A través de murales, festivales y el trabajo comunitario, estos artistas hacen visible lo invisible: el coraje, la historia y la lucha de los pueblos que aún defienden su tierra y su cultura.
El muralismo es un acto de resistencia. Con cada trazo, nos invitan a mirar más allá de lo superficial, a comprometernos con el cambio y a comprender que el arte es una herramienta poderosa de transformación social. 💥

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